Sus caminar es lento, sus pasos están volviéndose torpes.
Al entrar a la sala sus sandalias preferidas le provocaron tropezarse.
Su nariz impactó directamente en el entablado de romerillo.
No llegué tan rápido a su auxilio como sí el derrame de su sangre en el
piso.
Su peso es grande, aunque su tamaño es pequeño: es rechoncha.
Mi desesperación aumentó mi adrenalina y pude levantarla solo.
Una vez en pie, proseguí a sentarla
en el sillón confidente, para ir por una toalla.
Con delicadeza limpié la sangre de su rostro y me percaté de la fractura
nasal.
Solicité a mi madre me acompañe donde el médico con urgencia, ella no
accedió.
Igual fui por las llaves del vehículo, por documentos y por dinero rápidamente.
A mi regreso mi madre no creía que se fracturó pues estaba viéndose en el
espejo.
Por su necedad casi exigí con voz alta: ¡vamos mamita, déjese ayudar, por
favor!
Ya llegados al hospital, el diagnóstico fue corroborado: pequeñas fisuras
nasales.
Manifestó el médico que por su avanzada edad de 81 años, es mejor no
operar.
Le dieron de alta asegurando, que por sí mismos se soldarán los huesillos.
Las indicaciones primeras: colocar hielo cada 10 segundos para no quemarla.
Así fue, después de cumplir el tratamiento e indicaciones al pie de la letra:
se soldó.
Recordé lo que hacen los padres por los hijos bebés e infantes:
evitan que no se caigan al inicio de sus pasos, si sucede los levantan y
calman;
si enferman intentan sanarlos inmediatamente con las medicinas caseras;
si no pueden, los trasladan al médico
con palabras de afecto y no los dejan solos.
Franz Merino
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